¡Que feliz era la serpiente en todo su esplendor…
vivía feliz. Suyo era el sol que calentaba día a día las piedras para sus siestas del medio dia, suya era la noche y suya la infinidad de sus respectivas presas.
Un día en el andar de su camino tuvo ante sus ojos un fruto que jamás había visto, brillante, antojable, y rojo.
Era a su parecer como si de repente al mundo le hubiesen aparecido labios, iba ya aprobarlo cuando de la nada un lazo se cerro sobre su cuello, de pronto se vio arrojada en un cesto, prisionera.
Una audaz mujer la había atrapado mansamente sin piedad alguna, una hermosa nativa del pueblo encantadora de serpientes que desde hace mucho se ganaba el pan haciendo gala de su don la había hecho suya, desde ese entonces la serpiente tuvo que pasar hambres y sufrir mil sufrimientos.
A solas en las noches desde un rincón en la oscuridad de su cárcel tenia a menudo la idea de que eso ya lo había vivido tiempo antes, finalmente tuvo que cumplir su condena a sabiendas de que ya había pasado todo aquello alguna vez pero de manera muy, muy distinta.
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